24 años

Me juré a mí mismo crear un diálogo entre el teatro y el mundo que nos toca vivir. Hoy ese juramento es más fuerte que nunca.

El 11/9 de 2001 caen las torres gemelas. Y el mundo cambia para siempre. Y ese gran cambio me hace reflexionar profundamente sobre la escuela que estoy a punto de abrir. Una semana después abro las  puertas de Theatre for the People, con la intención de hacer un teatro para la gente: autocrítico y de denuncia social con el que poder mirar a la verdad de frente, sin miedo a decir las cosas con claridad.

Tanto en la escuela como a la hora de hacer teatro, mi objetivo siempre ha sido hablar a los tiempos que vivimos, que acting sirva para conocernos a nosotros mismos con los compañeros y compañeras, y que el teatro sirva para que el público se vea, se escuche y se sienta. Afrontamos el horror del que nadie quiere hablar, con la esperanza de que algún día la verdad sirva para algo. Esta creencia ha soportado más de veinte años de guerras, tres crisis financieras, tres años sin Gobierno, plan de austeridad, polarización, odio, desigualdad, COVID, millones de muertos, confinamiento, toque de queda, mascarillas, corrupción, mentira, vacunación masiva, el coste de la vida, la inflación, invasión de Ucrania, decapitaciones, violaciones, asesinatos y más de 40,000 palestinos muertos mientras escribo estas palabras, crisis climática, la manada, asesinatos machistas, y la barbarie continúa.

La noche antes del confinamiento, pensé que era la última vez que vería mi sala. Fui consciente de todo lo que habíamos hecho, todo el esfuerzo, todo el sacrificio, todo el amor. Llegué a pensar que tal vez no volvería a hacer teatro. Mientras la persiana se estaba cerrando, subiendo por la calle Molino de Viento, pensé: ‘No puede ser, no puedo perder la sala, me niego a que me roben 20 años de mi vida.’ Y aquí estamos. Hubo un momento, en las primeras 24 horas de confinamiento, donde realmente fuimos lo mejor de nosotros mismos. En el primer encuentro que tuve por Zoom con mis alumnos y alumnas durante el confinamiento, lo único que nos importaba era mirarnos, escucharnos, sentirnos, reconocernos. Solo entonces nos dimos cuenta de lo que habíamos perdido, y acting asumió el lugar que le corresponde verdaderamente, una herramienta que nos cura, una necesidad que da sentido a nuestras vidas.

En 2001 cuando abrí la sala, ingenuamente pensaba que el teatro podía cambiar el mundo. Y desde entonces, más de 20 años después, con más de 150 montajes a nuestras espaldas, pienso que no puede cambiar el mundo pero sí ofrecer la oportunidad de darnos cuenta de que el futuro no está escrito.